
Un escritor que entregó su vida a un sueño y murió cuando sintió que ya lo había realizado. La muerte y la juventud a veces van de la mano.
¿Debería alguien justificar una existencia corta detrás de la realización de un sueño?
La raza humana ha establecido una estrecha relación entre lo que sueña y lo que hace. Es así que la historia ha llenado sus páginas de hombres y mujeres que bien podrían pertenecer a cuentos fantásticos, en los que el único estandarte del héroe es realizar su sueño y entregar de manera simbólica su vida a las manos de todos aquellos que lo preceden.
El mundo infinito de la literatura está lleno de este tipo de héroes que, en casi todas las ocasiones, llevan apelativos que resaltan la característica más importante de su obra o del movimiento al que pertenecen. A algunos los llaman malditos, a otros los llaman de alcantarilla, a los inclasificables los llaman locos (en el mejor de los casos visionarios) y la lista podría ser tan extensa como las tendencias que han existido. El caso es que todo aquel que tropiece o se entere de la existencia de uno de estos héroes, está en la obligación de sentarse a escuchar lo que su obra tiene que decir, más aun cuando esa obra representa la materialización de un único sueño.

Andrés Caicedo podría ser llamado un desesperanzado dado que quizá el arma que más blandió, para luchar en contra del sin sentido de la existencia adolescente, fue la tristeza y la nostalgia, sin embargo nunca permitió que sus escritos se convirtieran en muros de lamentaciones y funerales llenos de plañideras. Podría ser llamado fundador ya que fue él, el responsable de crear uno de los primeros cine clubes tanto de Cali como del país, se le ha llamado creador de la novela urbana en Colombia y además fue el editor de la primera revista de cine de Cali llamada Ojo al cine, en la que se dedicó a satisfacer su manía por este arte. Entonces: Escritor desesperanzado e innovador y crítico de cine, parecerían títulos ganados a lo largo de una longeva producción intelectual, sin embargo no es el caso de Andrés.

Entonces la única opción que nos queda es coger la obra de este modelo 51, sentarnos en un andén, recordar una buena película y dejar que “El atravesado” nos de unos buenos puños, que “El Besacalles” nos cuente sus secretos, que “Berenice” nos cautive con sus encantos, que los “Angelitos Empantanados” nos den consejos de amor y que la rubia nos dé instrucciones sobre cómo escuchar a los Stones y cómo, cuando ya nos aburramos de los Stones, caminar hablando a ritmo de salsa.

Nota: El Atravesado, El Besacalles y Berenice son cuentos; Angelitos Empantanados es un guión de una obra de teatro y La Rubia es el personaje principal de ¡Qué viva la música!
Ciertamente la literatura colombiana le debe a Caicedo un mejor lugar en el pequeño mundo de su literatura. Morrison diría: Muere joven y tendrás un cuerpo bello para siempre.
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