miércoles, 25 de febrero de 2009

¡Quien lo vive es quien lo goza!



Un nuevo año comienza y cuando ya son las 12 en punto del primer día del 2009, una voz gruesa y algo petulante que sale de las ondas producidas por equipo, decreta que los carnavales ya han empezado, al ritmo de los primeros retumbes de tambor; en ese mismo instante en medio de abrazos y deseos para un buen año, me veo a mi mismo diciéndome “Carajo, aquí vamos de nuevo”. Hace mucho vivo en esta ciudad de contrastes, y en todo este tiempo jamás he podido saber cuándo empieza un carnaval, ese momento especifico pareciera ser un tentativo inicio del asunto que mantendrá en vilo a la ciudad por un mes aproximadamente, sin embargo, el “asunto” comenzó ya hace mucho tiempo atrás.

Este fenómeno del Carnaval no es más que la máxima evidencia de nuestro origen Caribe, de esa prolongada entropía de la maquina colonizadora de cronologías inmemorables, la multiplicidad rítmica que nos compone, las culturas que crearon casi por accidente la coyuntura Caribe, la divergencia étnica, o como quieran llamarlo. Ese gen africano e indígena que estuvo tan reprimido por mucho tiempo, no encuentra otra mejor forma de sobrellevar su continua tragedia, sino es la de celebrar la vida y la libertad, por medio de canticos, danzas y rituales que en el pasado ejecutaban clandestinamente, pero que ahora entremezcladas unas con otras dejaban exteriorizar dando lugar un nuevo sonido, a una nueva unidad de sincretismo folclóricos, étnicos, religiosos y culturales.

El Carnaval se habría de convertir entonces en el medio más perfecto para contar esas historias de esclavitud, esas desdichas de lamentos y exilio, transformándose en esa marca insignia de la esencia del nuevo prototipo Caribe, el tipo dicharachero, el tipo que a falta de más palabras La Vacila, o en términos menos mundanos, vive su vida sin tantas trabas ni complicaciones típicas de la rutina. Este carnaval excede las barreras del tiempo - espacio, sobrepasa fronteras y no conoce los tratados limítrofes, teniendo versiones en distintas partes del globo.


Este carnaval del que hablo posee un plus adicional, algo que reside en su interior, que lo hace distinguible de esas otras fiestas o celebraciones anuales alrededor del mundo. Este Carnaval reúne características especiales que se materializan en las calles polvorientas que se debaten entre el avance progresista de la urbe, y los tradicionalismos e ingenuidades pueblerinas, en los ríos de gente fluyendo, bajando o subiendo una calle o carrera, en los grupos pequeños abriéndose paso entre la masa convulsionante, en la brisa de la noche que mueve las palmeras o en el calor recalcitrante y calicular del medio día, en la sátira vulgar y grotesca, en la burla de sus propias realidades, en el bulbo pueril en pleno y en los personajes irrisorios con sus destellos poli cromáticos, resplandeciendo como una suerte de cuadro impresionista y psicodélico a la vez. Es el ruido y la multitud, es el caos ordenado aunque suene ampliamente contradictorio, son las miles de personas y sus historias de desempleo, de crisis social y política, de falta de recursos, de pobreza y otras tragedias del pasado y del presente; historias que parecen sopesarse o amilanarse con cada escena burlesca, con cada eufonía emanada de percusiones y gaitas.

La ciudad se aglomera, resiste la incomodidad propia del escenario, resiste los abusos, resiste lo que en otras épocas del año no resistiría; una vibra distinta se respira con cada oleada de las brisas costeñas. El calendario dice que el carnaval termina un martes cualquiera antes del miércoles de ceniza, la gente volverá a su rutina extraña (caribeña), a su estilo de vida de alegría latente, regresaran a sus trabajos del día a día, regresaran a sus desventuras, regresaran a sus problemas; y ya habrán pasado 4 días o un mes de carnaval, pero por esa sensación habrá valido la pena, esa que se vive en el interior de cada uno esperado casi todo un año para poder desbocarse, que reside en quien esté dispuesto a recibirle, haciéndose inevitable no dejarse tocar por su paso seductor. En cada esquina se encuentra o se habrá encontrado una muestra más del modo de ser caribeño, la perla de oro que alguna vez fue apetecida y explotada por los intereses foráneos, y quienes ahora regresan nuevamente ella, esta vez no para subyugarla sino para admirar su belleza en su máximo fulgor, en su más perfecta presentación: Un Carnaval, simplemente un carnaval.

fotos 1 y 2 por ottonassar
foto 3 por noki nseries happy hou r
foto 4 por missparticipacion
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